La fe es un concepto que, como tantos otros, solemos encasillar rápidamente desde el prisma de nuestros pre-juicios, sin antes haber investigado con mayor profundidad qué esconde su apariencia.
Generalmente, en el mundo occidental, cuyo pensamiento predominante gira alrededor del paradigma científico y racionalista, solemos considerar la fe como algo superado o que necesita serlo, en aras de un mayor realismo (léase verdad). La fe se asocia rápidamente al ámbito religioso, que en nuestro contexto puede entenderse como cristianismo y, más aún, como catolicismo. Aquí encontramos una de sus acepciones más conocidas, que en el diccionario de la RAE se lee como “primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la iglesia”.
Por otro lado, en otra de sus acepciones, esta vez extraída de wikipedia, se entiende la fe como “creencia que no está sustentada en pruebas”, con lo que, sumando una cosa a la otra, es difícil que una persona que no cree en el dogma cristiano, tenga conexión con la fe, pues se le pide que crea sin más, por que sí, sin razones, lo que conlleva un grave peligro de delegar en una institución las respuestas a cuestiones que nos tocan más de cerca como seres humanos. Y es evidente que hay que tener cuidado con esto.
Sin embargo, tratando de ver si la fe pudiera tener alguna otra connotación que la amplíe y nos pueda ayudar a verla con mayor perspectiva, leemos en el mismo diccionario de la RAE que la fe se asocia a confianza. Desde esta óptica, la fe sería un sentimiento basado en la confianza de algo que se desconoce, de algo que se sospecha que es de una determinada manera, como cuando decimos que tenemos fe en la medicina (aunque actualmente la medicina occidental esté dando cada vez más argumentos para no tener fe en ella, pero ese es otro tema) o al menos en el médico, o en lo que nos dicen los científicos sobre lo que el mundo es y cómo está constituido. Incluso podríamos hablar de la fe en la propia razón, o en el valor de la humanidad a pesar de todos los conflictos, o en la necesidad de preservar el medio ambiente, o fe en algunas personas (conocidas o no), etc. También dentro del ámbito científico podríamos hallar mucha fe, por ejemplo como cuando Einstein buscaba una teoría que unificara la teoría de la relatividad con la física subatómica. ¿qué pruebas tenía para ir en esa dirección más que un sentimiento, una intuición o, en todo caso, algo no cuantificable numéricamente? Por que si al final de lo que se trata es de aceptar sólo lo susceptible de ser medido, calculado, vamos a acabar por hacer fórmulas para tratar de medir el amor, la justicia, la felicidad (esto último ya lo ha hecho un científico catalán, que ha elaborado una fórmula para la felicidad). En una palabra, el fin de la poesía.
Asimismo, habría que dilucidar hasta qué punto la fe, la confianza, la convicción, o determinados sentimientos, como el sentimiento religioso (o espiritualidad-para no referirlo a ningún dogma específico), no contienen en sí mismos pruebas fehacientes de su propia existencia al ser, al menos en determinados contextos con cosmovisiones distintas a la occidental, una experiencia para un sinnúmero de seres. Esto nos llevaría a otro debate, el de si podemos hallar cierta objetividad en esas experiencias y el de hasta qué punto no hay subjetividad en la ciencia. Más ahora, en el que la física cuántica confirma lo que algunas tradiciones de sabiduría sostenían hace siglos o, si no damos crédito a lo que ellas digan, lo que postulaba Kant, de que no conocemos la realidad en sí, sino sólo tal y como la percibimos. Es decir, que no podemos salir del mundo para poder estudiarlo como si fuera una cosa, un objeto, una manzana por ejemplo.
Por mi parte, si para vivir sin fe es necesario acabar en mundo sin metáforas, prefiero tener fe; pero no cualquier tipo de fe, sino fe en que hay cosas que van más allá de nuestra comprensión, fe en que hay fuerzas y energías que escapan a nuestro control y que, en ocasiones, son ellas las que operan a través nuestro y no nosotros quienes las manejamos a ellas. Fe en la Vida, así en mayúsculas, una fe laica, no sujeta a dogmas ni a ritos, fe en la verdad que se esconde en nuestro interior, aunque nunca la haya visto ni medido, y muy parcialmente tocado y, sobre todo, fe en lo que una vez dijo un filósofo cristino, Agustín de Hipona:
«La única medida del amor es amar sin medida».