Así como en la entrada anterior se hablaba del héroe como un guerrero, también podemos hablar de él como Amante, como Eros. Más allá de que la etimología de ambas palabras tenga cierto parentesco (¿casual?), vemos que el héroe suele emprender su aventura por amor. Puede ser amor a alguien, como en el caso de Orfeo, que baja al submundo a buscar a Eurídice, puede ser por amor a la familia y a la patria, como en el caso de Ulises.
El héroe no emprende su viaje sólo para sí mismo, sino que lo hace porque necesita rescatar a alguien, encontrar un tesoro o una medicina que permitirá salvar a alguien. Esto recuerda a la auto-trascendencia de la que hablaba Viktor Frankl, cuando decía que el verdadero ser humano es aquél que se trasciende a sí mismo. No estamos hechos para quedarnos encerrados en nosotros mismos, la vida que corre a través de nuestras venas y canales pide que entreguemos lo que tenemos, nuestras cualidades (que no son nuestras, sino de la vida), nuestras capacidades y recursos, nuestros dones. Nos pide que proyectemos más allá de nosotros mismos.
«No se trata de lo que esperas de la vida, sino de lo que la vida espera de ti» Frankl
¿Qué energía nos puede ayudar a trascendernos a nosotros mismos sino el amor?
El amor, tal y como enseña Diotima en «El Banquete» de Platón, es un semidios, un mediador entre lo humano y lo divino. El amor nos eleva, nos empuja más allá de nosotros mismos, nos invita a abrirnos, a ser vulnerables. El amor invita a la unión.
Por amor al saber los filósofos y sabios de todos los tiempos siguen andando su viaje hacia el interior de sí mismos, por más que en muchas épocas y culturas hayan sido tildados de locos, raros, extraños, excéntricos, vagos, charlatanes, etc.
En estos momentos de tanto individualismo y egoísmo, de valores capitalistas que priorizan lo material por encima de todo, quien ama verdaderamente es un héroe. Ese fue el mensaje de Jesús, y de Buda, de John Lennon, de Gandhi, y de tantos otros.
Amar es hoy día un acto de valentía y heroicidad.