Sant Jordi

Sant Jordi
Hoy es un día hermoso en la ciudad condal. Las calles se tiñen de rosa poesía. Miles de puestos con libros y rosas en las calles, en las esquinas, en las tiendas. Es una celebración popular, hoy la ciudad está de fiesta, aunque sea día laborable y vayamos a trabajar. Se respira un aire diferente.
Más allá de quienes pueden ver, al igual que ha sucedido con la navidad, por ejemplo, una apropiación por parte del capitalismo de una tradición popular, que la ha vaciado por dentro y la ha convertido en mero objeto de consumo; o de quienes, en estos tiempos de crisis institucional y política en nuestras tierras, pueden ver en este día el obsoleto ropaje monárquico, lo cierto, a mi modo de ver, es que ni el capitalismo ni el discurso político pueden enrarecer este aire diferente que hoy se respira.
Y eso es así porque en este día estamos rememorando algo más profundo de nosotros mismos, tal y como desvela una posible interpretación simbólica de la leyenda.
Sant Jordi, el héroe -aquella parte de nosotros capaz de trascenderse a sí misma-, va a rescatar a la princesa. La princesa es un tesoro, aquello más preciado. Lo más valioso del reino (más allá de la estructura política). Y, desde mi perspectiva, una mirada superficial podría hacer una crítica desde el feminismo, alegando que por qué la mujer tiene que conformarse con esa pasividad, con esa dependencia, con esa incapacidad.
Mirando un poco más allá, quizá podríamos considerar que ella es el motor que hace fuerte al héroe, es la llamada que le hace ir más allá de sí mismo. La mujer, tanto en esta leyenda, como casi siempre en la vida real, es la maestra del hombre, pues ella le enseña a ese ser generalmente tan egoísta y egocéntrico, que hay algo más allá de si mismo. Si no fuera por la princesa posiblemente el héroe no habría reunido las fuerzas suficientes para enfrentarse al dragón.
Por otro lado, es interesante ver que la sangre del dragón se convierte en rosa, representando, entre otras cosas, el precioso aroma que tiene afrontar y vencer las dificultades y convertir la fuerza instintiva, primigenia, bruta, en amor. El dragón no muere, se sublima, se trans-forma.
La leyenda de Sant Jordi, en fin, escenifica el paso del «yo» al «nosotros» a través del amor. En suma, una transformación espiritual.
Hoy la ciudad parece la de siempre, pero en su esencia se está volviendo a escenificar una leyenda medieval, en la que todos somos dragones, héroes y princesas, los unos de los otros.
Independientemente de si se es o no anticapitalista, republicano o feminista, espero que tod@s disfrutemos este día!