El pasado fin de semana tuve la oportunidad de asistir a un curso del maestro tailandés Mantak Chia, creador del sistema Tao Curativo, que actualmente puede encontrarse en todo el mundo. Llevo varios años bebiendo de sus prácticas, enseñanzas y libros (es autor de más de 50 libros relacionados con el taoísmo, la salud, las emociones, la sexualidad, el tai chi chi kung y un largo etcétera), pero no había tenido la suerte de conocerlo.
Una de las cosas que más llamó mi atención es su aspecto juvenil con 74 años, su nivel de energía, vitalidad, alegría y fuerza. De algún modo, me sentí más envejecido que él, y eso que tengo más o menos la mitad de años.
Siempre me gustó el taoísmo por su filosofía, que es un estilo de vida y un modo de relacionarse con uno mismo, con los demás y con la naturaleza. Y en especial con el propio cuerpo.
En Occidente, ya desde la Antigüedad y, especialmente, con Descartes, se ha considerado el cuerpo como un objeto, como algo ajeno, diferente al alma. En la Grecia antigua, el cuerpo -soma- se asociaba a cárcel -sema- (por un juego lingüístico que se pierde en la traducción). Estábamos esclavos dentro de este amasijo de carne, huesos, fluidos, etc.
En el cristianismo, y en otras tradiciones, el cuerpo se asocia con todo aquello que nos desvía del camino santo, espiritual, interior y, por tanto, hay que controlarlo, sacrificarlo, purificarlo, someterlo, etcétera.
En la actualidad -y soy consciente de que esta lectura es excesivamente rápida y epidérmica- el cuerpo ha pasado de ser repudiado a ser ensalzado, hasta el punto de convertirse en un nuevo ídolo.
No hay más que ver hoy día los gimnasios abarrotados, las clínicas estéticas con lista de espera, los productos «anti-envejecimiento» (como si eso fuera posible!), todo lo que mueven las modas. En una época de miopía interior, de ceguera espiritual, nos hemos identificado con nuestros cuerpos cambiantes, y queremos estar siempre bellos y jóvenes, fuertes y sanos. De eso parece depender nuestra autoestima.
Desde mi punto de vista, no creo que haya ayudado mucho a salir de este malentendido toda la tecnología actual, que prima la imagen por encima de todo. Porque sí, creemos ser un cuerpo, y en realidad lo somos, o lo somos en parte (en eso no voy a entrar ahora), pero lo vivimos nuevamente como un objeto. Lo que antes era una cárcel ahora es una imagen capturada en el móvil. En todo caso, otra cosa.
Es interesante a este respecto rescatar la idea del cuerpo vivido de Mearleau-Ponty que, desde la fenomenología, nos invita a vivir el cuerpo, no a pensarlo, no a querer amoldarlo a una imagen.
Y es aquí donde veo una conexión directa con lo que aprendí este fin de semana. Mantak Chia nos hablaba de la necesidad de saber dónde están nuestros órganos, conocerlos, sentirlos, como un primer paso para poder hacer un trabajo interior, emocional y energético. En las prácticas, se limpia la energía estancada en forma de emociones en los pulmones, en los riñones, en el hígado, etc. Se le sonríe al órgano, incluso se le hace cantar.
En el Tao cada órgano tiene su propia alma, y el cuerpo en su conjunto es visto como un paisaje interior, con sus ríos, sus caminos y sus montañas, que el discípulo debe recorrer si quiere retornar al Origen. (Este es el sentido del Nei Jing Tu -el Paisaje Interior-, la imagen que acompaña este post).
Si bien para muchos de nosotros esto puede quedar un tanto lejos, sí que puede ser interesante considerar cómo con determinadas prácticas hay personas que a edad tan avanzada tienen cuerpos como si fueran jóvenes. Seguramente hayan llegado hasta ahí no por querer aparentar ser guapos y exitosos, sino por hacer un trabajo profundo hacia el interior de sí mismos.
¿No corremos el riesgo de quedarnos en lo meramente intelectual si no aprendemos a sentir nuestros propios cuerpos, y las sensaciones y emociones que ahí encontramos?
¿Cómo vamos a saber quiénes somos si sólo sentimos el cuerpo cuando nos duele? ¿No será el dolor precisamente una señal de alarma que nos da el propio cuerpo de que no lo hemos escuchado lo suficiente? ¿No es a través del cuerpo que, paradójicamente, podemos trascendernos a nosotros mismos, ya sea en el contacto con los otros -en la sexualidad, por ejemplo- en la danza o en otras artes?
¿No es través y mientras estamos en un cuerpo que podemos reflexionar sobre si lo somos o lo tenemos?
Mi experiencia es que cuando realmente habito mi cuerpo llegan atisbos de una inmediatez que cuesta asumir.
«Nuestra actitud frente al cuerpo refleja la actitud que elegimos, explícitamente o no, respecto de la realidad absoluta» (Michel Bernard) En otras palabras: «El cuerpo se concibe según cómo se conciba Dios» (Bruaire).
Si esto es cierto, el Tao concibe a la totalidad como una unidad, no meramente como una idea, sino como una experiencia.