Vivimos en una sociedad donde aparentemente lo tenemos todo a nuestro alcance y, sin embargo, no ha habido una época donde haya habido tanto índice de enfermedades derivadas del estrés, depresiones y suicidios. Más allá de que la población mundial haya aumentado y haya más registros al respecto, creo que quizá sería buen momento para reconsiderar el mito del progreso y ver si, en realidad, estamos yendo por buen camino.
Si vemos que nuestro estilo de vida no nos aporta la felicidad –aquello que, como decía Séneca, todos andamos buscando-, sería necesario revisar dónde creemos que se encuentra, dónde estamos poniendo la atención. ¿En el logro del éxito, del placer, de la comodidad material? Es curioso observar cómo muchas personas dicen que no, que ahí no se encuentra y, no obstante, siguen empeñándose en esa carrera como si no hubiera otra opción.
¿Por qué no somos felices con lo que tenemos? ¿Qué nos falta? Se me ocurre que, quizá, falta un cierto sentido en nuestras vidas, una mirada más profunda de qué estamos haciendo aquí y qué podemos aportar al mundo. Quizá es que estemos muy enfocados en sanar y curar nuestras partes enfermas, mediocres, neuróticas y no estemos alimentando esa parte sana que todos tenemos.
Y es que, seamos conscientes o no, todos tenemos una voz que, en palabras de Viktor Frankl, “clama en busca de busca de sentido”, procedente de las cuevas ocultas de nuestra interioridad, del núcleo mismo de nuestro ser. Independientemente de que este lugar haya recibido diferentes nombres –nous, espíritu, consciencia-, lo cierto es que cuando aprendemos a apreciar y a visitar este espacio, a reconocernos en él, gran parte de nuestro sufrimiento empieza a disolverse. Es como desbrozar la mala hierba y ver las flores y los frutos que ocultaban.
Una vez ahí, muchos de nuestros esfuerzos se hacen innecesarios y nos damos cuenta de la inconsistencia del pasado y del futuro tanto como de la belleza del momento presente. Empezamos a descansar en la sencillez y reorientamos nuestras energías de forma más efectiva y eficaz en pos de nuestros verdaderos valores. Disfrutamos, alegremente, de ponernos al servicio de los demás desde un lugar centrado, comprendiendo que la vida espera de nosotros que realicemos aquello que en cada momento nos aporta paz.
Todo esto puede sonar utópico, difícil, imposible, irreal. Y yo me pregunto si no será más utópico creer que podemos seguir igual viendo que no vamos a ningún sitio. Si somos conscientes de que si seguimos haciendo lo mismo obtendremos los mismos resultados, sería sensato hacer algo distinto o, al menos, hacerlo desde otro lugar.
¿Qué es lo que aporta sentido a mi vida? ¿Qué es lo que me hace feliz? ¿Qué es lo que me da paz en este momento? Parece tan básico que resulta sorprendente lo fructífero que puede ser preguntarse con honestidad este tipo de cuestiones. Quizá nos percatemos de que tras tanta mala hierba, tras tanta confusión, duda, incertidumbre, ansiedad, hay un fruto a punto de nacer.